Gregory Efthimios Louganis nació el 29 de enero de 1960 en la localidad californiana de San Diego (Estados Unidos). No tuvo una infancia fácil. Sus padres, un samoano y una sueca que no eran ni pareja, lo tuvieron en plena adolescencia por lo que, al no ser un hijo deseado, lo entregaron al poco tiempo de nacer en un orfanato. A los ocho meses es adoptado por un matrimonio de origen griego, Frances y Peter Louganis, que vivía en la localidad californiana de El Cajón. El matrimonio decide apuntar al joven Greg a clases de baile, acrobacias y gimnasia, para paliar en cierta medida los efectos del asma y las múltiples alergias que padecía. Allí, desde el primer momento, muestra un talento innato para la ejecución de estas complejas habilidades y destrezas gimnásticas en alguien de tan corta edad. A los tres años ya entrenaba a diario, competía e incluso participaba en exhibiciones. Pero, paralelamente, los problemas no sólo no desaparecen de su vida sino que comienzan a agrandarse. Primero, su padre adoptivo, exitoso empresario en el mundo de la pesca, comienza a abusar de él. Y en el colegio, debido al tono oscuro de su piel, comienza a recibir ataques racistas por parte de sus compañeros. Además, sin saberlo al no habérsele detectado aún, es disléxico, lo que le va a provocar grandes dificultades con sus estudios y lo llevará a tartamudear cada vez que quiera hablar en público. Todo ello, unido a su homosexualidad, algo que no estaba tan aceptado socialmente en aquella época, hicieron que con tan sólo nueve años comenzara a aislarse socialmente y buscar refugio en el consumo del alcohol y las drogas.
Y, cuando su vida parecía entrar en una espiral de autodestrucción, encontró en la piscina familiar su salvación. Un día observó cómo su hermana ejecutaba en la piscina una serie de saltos que incluían algún sencillo elemento acrobático. Aquello llamó poderosamente su atención y comenzó a imitarlo como si fuese un inocente juego infantil. Pero para Greg aquello era más que un simple juego, era un lugar en el que no encontraba límites y donde podía fusionar sus amplios conocimientos gimnásticos, de acrobáticos y rítmicos. Así que decide apuntarse al Parks and Recreation Center de Las Mesas, un centro especializado en el que comenzará a entrenar de forma planificada.
Cuando cuenta con once años, en medio de una competición de saltos de trampolín disputada en Colorado Springs, Greg comienza a sobresalir sobre el resto de participantes. A su destreza y habilidades técnicas con el paso de los años le añadió un físico envidiable, con sólo un 7% de grasa corporal para sus 1,73 metros y 70 kilos. Allí estaba viéndolo en directo Sammy Lee, doble oro olímpico en la prueba de salto de trampolín, que quedó totalmente prendado del talento y la clase que atesoraba aquel joven saltador desconocido. Declara que es el mayor talento que jamás ha visto y le vaticina un gran futuro. Greg no hace oídos sordos a los cumplidos que recibe y pasará, desde ese momento, a integrarse dentro del equipo de saltadores que entrenaba Sammy. A su lado, su progresión es constante. Tanto que, con tan sólo 16 años, se clasifica para disputar sus primeros juegos olímpicos de verano, los de Montreal 1976, con el equipo estadounidense. Allí gana la medalla de plata en la prueba de salto de plataforma (plataforma de 10 metros), siendo únicamente superado por uno de los grandes saltadores de todos los tiempos: el italiano Klaus Dibiasi, el ángel del trampolín. Greg despachó una gran actuación que obligó a la leyenda transalpina a exprimirse a fondo para poder conseguir su tercer oro olímpico. Sería la primera y única vez que Louganis no se subiría a un pódium para colgarse el oro al cuello. Para muchos aquella competición supuso un punto de inflexión, un cambio de poderes entre dos leyendas de los saltos de trampolín. El propio Dibiasi, al finalizar la prueba, fue en busca de Louganis para alabar su gran concurso y pronosticar, no sin éxito, que el futuro de los saltos de trampolín era suyo.
Dos años más tarde, en los Campeonatos Mundiales de Berlín 1978, el joven Louganis se hace con el oro de manera incontestable, iniciando una época de dominio total en las pruebas de saltos de trampolín que se prolongaría durante diez años. En los Juegos Panamericanos de Puerto Rico 1979, de nuevo se hace con el título. Y esta vez derrota a otra de las leyendas de los saltos de trampolín, el mexicano Carlos Girón. Para los Juegos Olímpicos de Moscú 1980 nadie duda de que Louganis es el máximo favorito para hacerse con el oro. Sin embargo el gobierno de Estados Unidos, liderando el bloque occidental, decide boicotearlos a consecuencia de la invasión soviética de Afganistán y renuncia a llevar a su delegación a tierras soviéticas. Pero aquello no supone un problema para Louganis, quien sigue entrenando con el objetivo puesto en la siguiente cita internacional. Entre tanto, consigue llevar los saltos de trampolín a un nivel de perfección como nunca antes se había visto, y con récords de puntuación inimaginables hasta la fecha. Así consigue revalidar los títulos de Campeón del Mundo en Guayaquil (1992), y de Campeón de los Juegos Panamericanos de Caracas (1993). Y es en la primera en la que establece un hito que aún prevalece en nuestros días: es el primer deportista que con su salto consigue que los siete jueces califiquen su ejecución con un diez.
Los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984, además de disputarse en casa, suponen también una revancha para desquitarse de su ausencia durante la celebración de los de Moscú 1980. Se hace con los dos oros en liza y se permite el lujo de realizar un último salto, con el oro ya perfectamente encarrilado y sin ninguna necesidad de complicarse la vida, clavando el llamado "salto de la muerte". Técnica que consiste en un triple mortal y medio hacia atrás y que, tan sólo un año antes, se había cobrado las vidas del soviético Sergei Chalibashvili y del australiano Nathan Meade. Consigue elevar los saltos de trampolín a un nivel desconocido hasta entonces, convirtiéndose en el gran triunfador de aquellos juegos junto al atleta Carl Lewis y a la gimnasta Mary Lou Retton. El propio Louganis reconocería a los medios que "no creo que sea posible hacerlo mejor". Este sería uno de los motivos por los que, tras la finalizar cita olímpica, Greg se planteó seriamente retirarse. Pero su entrenador, Ron O´Brien le convence para que aguante hasta los Juegos Olímpicos de Seúl 1988, en donde, de ganar el oro, podría consagrarse como uno de los deportistas más grandes de todos los tiempos. Y trataba de motivarlo dando titulares como "los periodistas me han pedido que lo compare con el rendimiento en otro deporte. Yo diría que es como alcanzar los 9,15 metros en el salto de longitud o correr los 100 metros en 9,50".
Louganis prosigue con su preparación y renueva por segunda vez, y de forma consecutiva, su título mundial en Madrid (1986) y el Panamericano en Indianápolis (1987). Pero 1988 le deparaba algunas sorpresas con las que no contaba. Primero, el que era entonces su pareja y con el que ya se había ido a vivir, comenzó a maltratarlo y a malgastar en torno al 80% de sus ganancias. Y para rematar todo aquello, unos meses antes de la cita olímpica, Greg descubre que es seropositivo. Las dudas le asaltan. Si lo hace público, se verá privado de competir en la cita olímpica por miedo a contagiar al resto de participantes si sufría alguna herida (por aquel entonces, el conocimiento que había sobre el VIH no era el de ahora). Su médico, un familiar de su total confianza, le aconseja que aguante. Y eso es lo que hace, se presenta a los juegos y, aunque su cabeza no estaba al 100% en la competición, va superando fases hasta plantarse en la final. Y allí sucede lo que nadie espera, las dificultades que tiene para concentrarse le juegan una mala pasada y se golpea la cabeza con el trampolín. Su sangre se expande por el agua y tiene que ser atendido para suturar la herida. Pero la preocupación de Greg es otra, es que no se contagien sus compañeros con los que comparte el medio acuático (hoy sabemos que el cloro mata el VIH y que la sangre diluida en tal cantidad de agua no puede contagiar). Pese a perder el conocimiento durante unos instantes, retorna a la piscina con tres puntos de sutura y un vendaje, que no le impedirán ejecutar dos de los ejercicios más complicados del programa, que le garantizarán dos nuevos oros para sus vitrinas.
Tras finalizar los juegos olímpicos de Seúl puso fin a su carrera deportiva, siendo considerado por muchos como el mejor saltador de todos los tiempos. Los 38 títulos oficiales que consiguió de forma ininterrumpida son un récord que difícilmente alguien superará. El Comité Nacional Olímpico de Estados Unidos le concedió el Trofeo al Espíritu Olímpico, que premia al atleta norteamericano que más se destaca en la defensa de los ideales de esta competición. También, en 1993 fue incorporado al International Swimming Hall of Fame, el Salón de la Fama Internacional de los deportes acuáticos. En 1994 hace pública su orientación sexual y confesó ser seropositivo. También revela todas las dificultades que había experimentado durante su infancia: abusos, consumo de sustancias prohibidas, relaciones tóxicas con sus compañeros... Confesar todo esto provocó que algunos patrocinadores se alejaran de él, ya que las marcas y las empresas publicitarias no querían asociarse con alguien que tuviera VIH en ese momento. Pero él, lejos de venirse abajo, se mantuvo firme en sus ideales como defensor y activista por las libertades civiles y los derechos humanos, especialmente para la comunidad LGTB. En 2023 subastó dos medallas olímpicas y varias pertenencias personales para destinar los fondos recaudados al centro Damien. "Las medallas están en los libros de historia" afirmó. "En lugar de aferrarme a ellas, mi objetivo es compartir mi parte de la historia olímpica con los coleccionistas; juntos, podemos ayudar al Centro Damien y a su comunidad a crecer y prosperar".





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