Nadia Elena Comaneci nació el 12 de noviembre de 1961 en Onesti, un pequeño pueblo de Rumanía. Cuando apenas contaba con 6 años de edad, mientras jugaba en el recreo de su colegio, fue observada por un cazatalentos haciendo una rueda lateral sobre un muro bajo. Bela Károlyi, que así se llamaba aquel entrenador, quería reverdecer viejos laureles en la gimnasia artística rumana. Harto de que las mejores gimnastas rumanas, además de estar rondando los 20 años, perdiesen el interés por la competición nada más casarse, decide crear una nueva escuela desde la base. Durante 21 días, mientras les hace creer que están jugando, les pasa numerosas pruebas para quedarse finalmente con 5 elegidas. Nadia será una de las integrantes de aquel club experimental que aspira a codearse con la élite de las gimnastas socialistas. Desde el primer momento, Nadia demuestra estar hecha de otra pasta diferente al resto. No es una chica que sonría mucho, son los adultos los que suplican que les conceda una mirada. Se mantiene fría, distante, callada y concentrada en sus rutinas de entrenamiento. Rutinas que domina, autorregulando su aprendizaje con una facilidad pasmosa. Es la más pequeña de la escuela, pero es la que nunca se cansa y la que continúa con sus ejercicios mucho después de terminar el entrenamiento. Ella misma reconoce que en esa época "hacía mucho más de lo que me pedían. Cuando me decían que hiciese cinco rutinas en la barra, hacía siete".
Con 8 años hace su debut en una prueba nacional, compitiendo contra otras gimnastas que le doblan la edad, e incluso alguna casi se la triplica. Tras un inicio errático, en el que se llega a caer hasta 4 veces de la barra, la infinita fe en sí misma y su orgullo, le llevan a remontar el vuelo y rematar el ejercicio con un final de mucho nivel. Con 9 años gana su primera medalla -plata- en un torneo internacional, en este caso la Copa Juvenil de la Amistad. Allí se desata la polémica por la edad de las gimnastas. Llama la atención que las checoslovacas, soviéticas y alemanas orientales pesen, de media, más de 20 kilogramos que las rumanas.
En 1974, cuando Nadia contaba con 12 años, la Federación Francesa de Gimnasia invita a una parte del equipo rumano a una prestigiosa competición, en lo que sería la previa al Europeo de Skien (Noruega). Sin embargo, cuando tramitan los pasaportes, los franceses observan la corta edad de Nadia y sus compañeras de equipo, por lo que deciden borrarlas del torneo. En su lugar, las inscriben en una demostración de juveniles principiantes. Cuando la delegación rumana llega al suburbio de París en donde les habían enviado y observa la torpeza mayúscula de las participantes, saben que ese no es su sitio. Abandonan la instalación y se dirigen a donde realmente les corresponde, con las mejores. No les dejan entrar, la seguridad se mofa de la expedición rumana, pero se cuelan. Nadia, sin dorsal ni haber sido anunciada por megafonía, ni haber calentado, se cuela mientras la atleta alemana saluda a los jueces, en el único aparato libre que hay en ese momento: el potro. Nadia ejecuta un salto que, hasta la fecha, sólo habían hecho hombres y clava la salida. El pabellón entero en pie aplaudiendo a rabiar, los jueces que no saben qué hacer, el entrenador soviético protestando, y el comité organizador gritando que "esto no es ninguna guardería". En medio del caos, y cuando una gimnasta soviética se dispone a hacer su rutina en la barra de equilibrio, de nuevo aparece Nadia y vuelve a ganarse el aplauso del público. Ante otra nueva demostración, la organización, al borde de un ataque de nervios, decide permitir que Nadia y otra compañera ejecuten su rutina de suelo como participantes oficiales. Su exhibición fue tal que la prensa francesa, maravillada por la "demostración fuera de programa" del equipo rumano, habla de "una niña rumana que, si todo va bien, a buen seguro será una de las más grandes gimnastas del mundo". Y la propia Nadia reconoce que "oía rumores, decían que había una chica en el equipo que era muy buena. Pero no sabía que se referían a mí". Lo que Nadia consiguió ese día nadie será capaz de explicarlo.
A pesar de que Nadia es puntual, disciplinada y organizada, deciden que resida en el colegio de su pueblo para así poder optimizar, aún más si cabe, el tiempo de entrenamiento y recuperación. Además, cuanto menos contacto tenga con la otra vida, la de las niñas normales, mejor. Pero como Rumanía por aquel entonces era una dictadura comunista, el partido comunista la invita a una ceremonia. Allí la recibe el dictador Nicolae Ceausescu, y Nadia se compromete a obtener los "mejores resultados posibles" para el equipo nacional. Sin embargo, poco le iba a durar la alegría. Al regresar de la recepción en Bucarest se entera de que se ha quedado fuera de la convocatoria para el Campeonato de Europa de Skien. Ella y todas sus compañeras del gimnasio de Onesti, claro. Porque, en una polémica convocatoria, sólo aparecían las gimnastas del club Dinamo de Bucarest, muy afín a los servicios secretos del gobierno. Pese a las protestas de Bela Károlyi, la respuesta es siempre la misma: "a sus chicas ya les llegará su momento, solo tienen 13 años". Finalmente, y tras muchos encuentros con altos cargos, se incluye a Nadia en la convocatoria, junto a 3 gimnastas del Dínamo.
Con tan sólo 13 años, participa en el Campeonato de Europa de Skien (Noruega), en lo que sería su primera competición internacional absoluta, compitiendo de tú a tú con las soviéticas. Su rutina en las barras asimétricas fue de tal complejidad que más de uno llegó a temer que sus brazos cediesen y cayese al suelo. Y la cosa no para ahí, periodistas, jueces... todos preguntan inquietos por aquella joven que tanto arriesga en sus rutinas y que, con 3 oros y 1 plata, se corona como la campeona más joven de Europa. Hito que no pasa desapercibido para el gobierno rumano, que la recibe en el aeropuerto con cientos de claveles rojos. También acceden a que Bela Károlyi, entrenador de Nadia, ocupe el cargo de director del equipo nacional y olímpico.
Con la nueva dirección técnica se extreman las medidas: dieta equilibrada, pruebas de esfuerzo cada mañana antes de entrenar, aumento del número de ensayos de las rutinas (25 por la mañana y 25 por la tarde)...
En el Torneo Preolímpico se hace con las cuatro pruebas en juego (barra, suelo, asimétricas y salto de potro) derrotando a las favoritas, las soviéticas Nelli Kim y Liudmila Tourischeva, y la alemana del este Annelore Zinke. En unos meses ya era todo un icono emergente del deporte femenino, por lo que a nadie le extrañó cuando fue galardonada por Associated Press como atleta del año.
En 1976 acudió a Montreal (Canadá) para disputar sus primeros Juegos Olímpicos. El nivel de las participantes era, si no el más alto de la historia de la competición, uno de los mayores que se ha conocido. El equipo de la Unión Soviética llegaba con un equipo de ensueño con Olga Korbut (3 oros en los Juegos de Munich 1972), Liudmila Tourischeva y Nelli Kim. Nadie contaba con aquella joven rumana de 14 años, que apenas sobrepasaba el 1,50 de altura. Vestida con el maillot blanco, característico de la Rumanía comunista, y una coleta con un lazo rojo, comenzó enlazando rutinas repletas de habilidades y destrezas tan complejas, como impropias para una joven de su edad. Sus ejecuciones eran técnicamente tan perfectas y elegantes, que rápidamente se colocó al frente de la clasificación individual. Incluso se permitió el detalle de sacar el primer 10 de la historia en unos juegos olímpicos (obtendría seis "10" más en esas olimpiadas). Omega, proveedor oficial de los marcadores para la cita olímpica, no los había programado para señalar un "10" porque se consideraba que esa marca en una olimpiada era poco menos que imposible. Así que los siete "10" de Nadia aparecieron como un 1.00, el único medio que encontraron los jueces para notificarlo a los 20.000 espectadores que abarrotaban el Forum de Montreal. "El 10 no era mi objetivo. Era muy joven y no sabía lo que suponía" afirmaba Nadia. Incluso llegó a reconocer que le había salido algo peor que en los entrenamientos.
Nelli Kim, la única soviética que le mantuvo un poco el pulso (logró sacar un "10" también) se tuvo que conformar con la plata en la prueba individual. Y Olga Korbut, la niña mimada de los Juegos Olímpicos de Munich 1972, fue la gran derrotada. Por primera vez en la historia de los juegos olímpicos una gimnasta rumana ganaba el concurso individual. Y también Nadia, con tan sólo 14 años, se convertía en la gimnasta más joven de la historia en ganar el concurso individual en una cita olímpica (record que nunca perderá porque ahora exigen 16 años como mínimo para poder participar)
De regreso a Rumanía, fue condecorada por el dictador comunista Nicolae Ciaucescu con la "Medalla de oro de la hoz y el martillo", y premiada como "Héroe del trabajo socialista". Le regalan una casa, un coche, le pone un sueldo de 500 dólares mensuales... Su popularidad la convierte en un auténtico filón para el dictador rumano, que no dudará en darle todo tipo de caprichos pero le privará del bien más preciado para todo ser humano: la libertad.
Unos meses después de los juegos defendió con éxito su título en el europeo de Praga 1977, aunque Ciaucescu retiró al equipo cuando vio que las puntuaciones que estaban recibiendo las deportistas rumanas eran más bajas de lo esperado (y parte de razón tenía porque las juezas rusas demostraban una y otra vez que la actuación en Montreal había escocido mucho). El dictador comenzó a meterse en la vida de Nadia y a tomar decisiones por ella, con las que ella no estaba de acuerdo. El más importante fue cuando tras los europeos de Praga, decide separar a Nadia de sus entrenadores, a los que estaba muy unida, y la envía a entrenar a un centro deportivo de Bucarest. Además, el cuerpo de Nadia comienza a sufrir cambios propios de la edad: crece, gana peso, sus rasgos se endurecen... y ella siente que eso no es positivo de cara a su rendimiento. Sufre un importante bajón anímico e intenta quitarse la vida porque no es feliz en la jaula de oro en la que la mantiene Ciaucescu.
Recuperada para los Mundiales de Estrasburgo 1978, Nadia se presenta con 17 centímetros y 9,5 kilos más que los que presentaba en Montreal hacía tan solo dos años. Aún así, gana dos oros mas. No es la de antes, está claro, incluso tiene una caída en las asimétricas, pero aún así logra hacerse con un oro y una plata. Alarmado por el bajón en el rendimiento de Nadia, Ciaucescu permite que vuelva con sus entrenadores de toda la vida. Y su rendimiento mejora notablemente, alzándose con su tercer europeo en Essen (Alemania), donde ganó 3 oros. Los mundiales de Fort Worth (Estados Unidos), celebrados ese mismo año, no fueron buenos porque tuvo un contratiempo con su salud, llegando a estar hospitalizada, lo que no le impidió competir -sin estar al 100%- y ayudar a sus compañeras a ganar el primer oro en unos mundiales para Rumanía.
Los Juegos Olímpicos de Moscú 1980, en medio del boicot occidental al bloque comunista, fueron su último gran torneo. Podría haber sacado alguna medalla más e incluso mejorar su resultados, pero de nuevo las juezas soviéticas se cebaron con ella injustamente. Aún así ganó 2 oros y 2 platas.
En 1981 la Federación Rumana de Gimnasia programa una gira por Estados Unidos, llamada "Nadia´81". Al frente iban sus entrenadores Bela Karolyi y su mujer Marta, como responsables. Lo que nadie se esperaba era que esa gira fuese utilizada por los técnicos rumanos para desertar y pedir asilo político en Estados Unidos. Ambos le dejaron caer a Nadia la opción de desertar, pero ella ni se lo plantea. Al volver a Rumanía, la vida cambia drásticamente para Nadia. El gobierno comunista empieza a temer que Nadia también desierte por lo que, al ser considerada un poderoso activo de un régimen comunista que comenzaba a tambalearse, va a ser controlada día y noche. Incluso le niegan salir fuera del país, con la policía secreta rumana siempre tras su pasos.
Con el veto, Nadia comienza a desaparecer de las competiciones deportivas. Llegan los juegos olímpicos de Los Ángeles 1984 y, sorprendentemente, Rumanía acude rompiendo el boicot soviético. Se cree que el combinado rumano acudió a la cita olímpica tras llegar a un acuerdo con el gobierno estadounidense para que éste no acogiese a posibles desertores de los equipos rumanos. Nadia acudió a esos juegos pero no lo hizo como deportista, sino como observadora. Allí pudo constatar el gran trabajo que estaba realizando su ex-entrenador Karolyi con el equipo yankee, merced a las 5 medallas conseguidas por su pupila Marie Lou Retton. Lo que no pudo hacer fue ponerse en contacto con su ex-entrenador, ni tan sólo un saludo, ya que la policía secreta le vigilaba muy de cerca.
En 1984 llega su retirada oficial, tras la cual ya no había la obligación de intentar mantenerla feliz. Ahí Nadia atraviesa sus peores momentos, ya que vive como una prisionera en su país. Ejerce durante varios años como entrenadora de jóvenes gimnastas y también es nombrada miembro de la Federación Rumana de Gimnasia. Con esto último consigue sus únicas salidas al extranjero, como no, a Cuba y la Unión Soviética, países comunistas en donde no había riesgo de que se fugase.
En 1989, harta de que la dictadura de Ceaucescu dirigiese su vida y controlase sus apariciones públicas, se fuga a Hungría y pide asilo en la embajada de los EEUU. "Quería formar parte de este deporte, formar parte del movimiento olímpico. Quería ayudar y tomar mis propias decisiones, por eso me fui". Obtiene la nacionalidad estadounidense y hace sus primeros pinitos como modelo, y comercial de artículos de gimnasia, lencería y vestidos de novia. Se casa con el también gimnasta Bart Conner, al que había conocido durante los juegos de Los Ángeles, y juntos fundan una academia de gimnasia artística en Oklahoma.
En la actualidad, es vicepresidenta del Consejo de Dirección de Special Olimpics, presidenta de Honor de la Federación Rumana de Gimnasia, presidenta Honorífica del Comité Olímpico Rumano, embajadora de Deportes de Rumanía, vicepresidenta del consejo de Dirección de la Asociación para la Distrofia Muscular y miembro de la Fundación de la Federación Internacional de Gimnasia.
Además, es la única persona que ha recibido dos veces la Orden Olímpica (1984 y 2004), siendo la más joven en recibir este reconocimiento.
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