
El etíope Abebe Bikila, como tantos otros niños, corría a diario desde su casa a la escuela. Cuando creció, se enroló en el Quinto Batallón de Infantería de la Guarda Real, siguió corriendo los 20 kilómetros que separaban Jato, el pueblo en donde residía y la capital etíope, Adís Abeba. En Etiopía cuentan que Bikila decidió competir en serio cuando vio que el emperador Haile Selassie recibía a la delegación olímpica de los Juegos de 1956, pero lo cierto es que fue el entrenador sueco Onni Niskanen quien le propuso convertirse en atleta cuando lo descubrió por pura casualidad. En la década de 1950, el gobierno etíope había firmado un contrato con Suecia mediante el cual, centenares de profesionales escandinavos llegaron al país para modernizar determinados sectores. Niskanen había sido contratado para formar militares, y acabó quitando el uniforme a los soldados para que se convirtieran en atletas. El sueco creó un equipo en el que la estrella era Wami Biratu, un indisciplinado atleta que se había quedado sin ir a los Juegos Olímpicos de Melbourne en 1956 por desertar del ejército cuando lo destinaron lejos de su familia. Aquella falta le fue perdonada después y la plaza para asistir a los Juegos Olímpicos de Roma en 1960 era suya, pero la suerte sonrió a Bikila, pues pocas semanas antes de que la delegación etíope partiese hacia Roma, Biratu se lesionó.
Con tan sólo 27 años y recién casado en un matrimonio concertado por su madre, como mandaban los cánones de su cultura, Bikila se plantó en la capital italiana sin ninguna experiencia internacional previa. Solamente había corrido dos maratones en su tierra, aunque en la segunda había mejorado el récord olímpico del checo Emil Zátopek de 1952. Ni siquiera tenía zapatillas deportivas, para qué necesitaba unas si hasta entonces siempre había corrido descalzo. Bikila sabía que debía usar zapatillas para competir en las vías romanas, pero justo antes de la salida decidió correr descalzo porque las que le habían ofrecido le molestaban y temía que le salieran ampollas durante la prueba. En la línea de salida, los demás atletas miraron sus pies con sorpresa, pero pronto se olvidaron de él, uno más perdido en medio del grupo.

Cuando Abebe Bikila entró en la plaza romana de Porta Capena, levantó la vista y observó el imponente obelisco de Aksum, una de las reliquias arquitectónicas etíopes que había sido expoliada por las tropas de Benito Mussolini como trofeo de guerra en 1937. Fue entonces cuando apretó los dientes y aceleró el paso hasta comenzar a marcar un fuerte ritmo que le permitió alcanzar la cabeza de la prueba. A medida que superaba rivales, todos se quedaban mirando atónitos la planta de sus pies desnudos, los mismos que le permitían desarrollar aquel ritmo de carrera infernal. Únicamente el atleta marroquí Rhadi Ben Abdesselam pudo aguantar su marcha, aunque acabó rendido a falta de 500 metros para la meta. Cuando Bikila afrontaba la recta final, centenares de soldados italianos, los mismos que habían invadido dos décadas atrás su patria y habían hecho refugiados a sus padres, escoltaron su marcha triunfal por la Vía Apia. Bajo la mirada de todos, el corredor batió el récord mundial del soviético Sergei Popov y se hizo con la primera medalla de oro que un país africano lograba ganar en una maratón olímpica. Nunca antes una maratón había gozado de tan bella estampa, en medio de las ruinas romanas bañadas por la nacarada luz del amanecer. Y, desde Emil Zatopek, nadie había impresionado tanto cubriendo esa distancia.
Bikila fue recibido por millares de compatriotas en la capital etíope, Adís Abeba. El mismo emperador le regaló un automóvil Volkswagen y, cuando Bikila le dijo que no sabía conducir, le puso un chófer. También fue promovido a coronel y el gobierno etíope se aseguró de que pudiera entrenar con todas las comodidades y participar en maratones por todo el mundo. En 1961 ganó la maratón de Atenas corriendo nuevamente descalzo, en la que sería la última vez que corrió sin zapatillas. En el año 1963 sufrió su única derrota en una maratón, la de Boston, donde, pese a liderar gran parte de la prueba, pasó tanto frío que acabó en quinto lugar, lejos del ganador, el belga Aurele Vandendriessche.

A diferencia de lo ocurrido en los Juegos Olímpicos de Roma 1960, Bikila pudo preparar con calma para los Juegos Olímpicos de Tokio de 1964 pero, seis semanas antes, empezó a sentirse mal y fue ingresado con un diagnóstico de apendicitis. Fue operado de urgencia y aquello, para muchos, ponía fin a sus posibilidades de luchar por las medallas. Además, por primera vez Bikila correría calzándose unas zapatillas deportivas, algo que había rechazado hasta la fecha. La marca alemana Puma estuvo muy hábil y supo camelar muy bien al comité olímpico etíope, que atravesaba grandes problemas económicos para desplazar a sus atletas. La única condición que pusieron para que les patrocinase, además de llevarse un buen pellizco económico, era que Bikila disputase la maratón calzando sus famosas zapatillas deportivas. Y así lo hizo. Ataviado con unas puma Bikila se lanzó a por su segundo oro olímpico consecutivo. La primera mitad de la carrera se mostró bastante conservador pero, a partir del kilómetro 20 despertó de su letargo y de nuevo aplicó aquel ritmo infernal que le hizo ser temido por todos sus rivales. Logró entrar en solitario en el Estadio Nacional de Tokio y batió de nuevo el récord del mundo, dejándolo en 2 horas 12 minutos y 11 segundos.
Con 36 años Bikila intentó ganar un tercer oro en los Juegos Olímpicos de México 1968, pero en esta ocasión tuvo que retirarse por una lesión en la rodilla que no le permitió estar a la altura de su compatriota Mamo Wolde, que logró para los etíopes el tercer oro consecutivo. Aquella fue su última maratón, pues en 1969 sufrió un accidente al volante de su Volkswagen al intentar esquivar a unos estudiantes en una manifestación. Etiopía se rompía por la mitad camino de una revolución que acabaría con el emperador en 1974. Bikila no llegó a verlo: quedó paralítico y, aunque compitió en deportes como tiro con arco en silla de ruedas, falleció en 1973, a los 41 años, a causa de las secuelas de aquel accidente. Etiopía sigue siendo, hoy en día, el país con más oros en la maratón.
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