Aleksandr Alexándrovich Karelín nació el 19 de septiembre de 1967 en Novosibirsk, capital de la región de Siberia y tercera ciudad más poblada de lo que era la Unión Soviética (hoy forma parte de Rusia). Creció entre los fríos bloques de hormigón que conformaban los típicos bloques de viviendas, propiedad del estado, que se les facilitaba a los ciudadanos soviéticos. Allí, desde muy pequeño, comenzó a llamar la atención por su gran tamaño (pesó 7 kilogramos al nacer), lo que le supuso en más de una ocasión ser el centro de las burlas de sus compañeros. Cuentan sus vecinos que, en cierta ocasión, su madre compró una vieja nevera soviética cuyo peso debía de rondar los 150 kilogramos. Cuando la trajeron a casa, según la descargaron en la calle, un joven Karelin cargó la nevera en sus anchas espaldas y ascendió las ocho plantas que había hasta su apartamento sin detenerse en algún momento. Entró en la cocina de su casa y, con toda la naturalidad del mundo, allí la posó ante el asombro de su madre que no daba crédito a lo que estaba viendo. Posteriormente, esto daría pie a la leyenda urbana de que Karelin entrenaba habitualmente levantando neveras, cosa que no era cierta. Lo que sí lo era y muchos desconocían es que, además de su fortaleza física, Karelin tenía también un lado sensible que pocos llegarían a adivinar. Era una persona muy culta, gran aficionada a la ópera, y un lector voraz de clásicos de la poesía.
Su vida cambió radicalmente un día en clase de educación física, cuando rondaba los catorce años. Aquel día, tal y como era costumbre en la Unión Soviética, asistieron a clase un grupo de técnicos deportivos con el objetivo de detectar talento entre el alumnado. Viktor Kounestzov, toda una eminencia en la lucha grecorromana, quedó prendado de la fortaleza física y el nivel de destreza mostrado por un Karelin que entonces estaba ya en 1,74 metros y 78 kilos. Lograron convencerle para que asistiese a unos entrenamientos y que probase aquella disciplina que los soviéticos dominaban con puño de hierro a nivel internacional. No hizo falta mucho tiempo para que Karelin se diese cuenta de que aquel era su sitio. Kounetzov supo ir puliendo poco a poco aquel diamante en bruto que tenía entre manos. Y los resultados comenzaron a darle la razón porque Karelin comenzó a ganar todos los torneos donde participaba. Antes de llegar a los 20 años, desde sus 193 cm y 130 kilos, ya dejó de ser una promesa para convertirse en una realidad. Atrás, en todo este proceso, no todo fue precisamente un camino de rosas. Se rompió ocho veces las costillas, las dos manos, una pierna y tuvo varias conmociones cerebrales. A su madre, que era la encargada de gestionar su educación, no le gustó aquello y, en cierta ocasión, se deshizo del uniforme de lucha para apartarlo de aquella actividad tan lesiva. Pero no lo consiguió y Karelin no tardó en reincorporarse a los entrenamientos de nuevo.
En 1987, con 19 años, se planta en la final del campeonato soviético donde le toca pelear contra el vigente campeón del mundo, Igor Rostorotsky. En un combate muy igualado Karelín sufre la primera de las dos derrotas que sufriría a lo largo de su carrera deportiva en 889 combates. Pero el mal sabor de boca de la derrota no iba a durarle mucho tiempo. Un año después, durante los Juegos Olímpicos de Seúl 1988 ganó su primer oro con un estilo innovador que pilló por sorpresa a todos sus rivales. Nadie había visto un luchador que hiciese volar a sus adversarios de aquella forma. Era capaz de sujetar a los luchadores cuando se lanzaban al suelo de espaldas, levantarlos del suelo, voltearlos encima de su espalda y lanzarlos a la lona como si de un peluche se tratase. Por esta razón empiezan a caerle sus primeros apodos: el oso ruso, Aleksandr el grande... Y, al mismo tiempo, también llegan desde Estados Unidos, las primeras sospechas de dopaje, que le llevaron a ser conocido allí como "el experimento", ya que creían que era un producto de laboratorio. Sin embargo, con la apertura de las fronteras tras la caída de la Unión Soviética, el tiempo ha demostrado no sólo que todas esas acusaciones eran infundadas, sino que además Karelin era un portento físico natural.
Los siguientes trece años a su primera derrota fueron un paseo militar. Su fama no cesaba de crecer y crecer. Fue de los pocos deportistas soviéticos a los que la caída del telón de acero y el desmembramiento de la Unión Soviética pareció no afectarle. Ni si quiera se planteó aceptar las múltiples ofertas para nacionalizarse en otro país y así gozar de unas mejores condiciones para entrenar como sí hicieron muchos de sus compatriotas. Siberiano de pura cepa, prefirió quedarse en Rusia en unas condiciones indignas para todo una leyenda como era él. Llegó un momento en el que eran sus propios rivales los que, a sabiendas de las carencias que había en Rusia, en señal de respeto le enviaban material deportivo. Esto llegó a oídos del gobierno ruso que, ante el riesgo de perder a una de sus primeras espadas, rápidamente reaccionó poniendo a su disposición para viajar un helicóptero, además de tres doctores y un masajista.
Admitía que veía el miedo en los ojos de sus rivales que, en ocasiones, se lanzaban al suelo asustados para evitar ser alzados y lanzados por los aires. Incluso hubo casos de rivales que se negaron de manera deliberada a luchar contra él. Enlazaba victoria tras victoria, sin importar la competición ni la bandera bajo la que competía: 3 oros en los Juegos Olímpicos, 9 oros en Campeonatos del Mundo, y 12 oros en los Campeonatos de Europa. Pero durante los Juegos Olímpicos de Sidney 2000, a los que Karelin llegaba prácticamente con la medalla debajo del cuello. Allí se encontró en la final con un desconocido luchador norteamericano llamado Rulon Gardner que consiguió derrotar al mito tras 887 combates internacionales sin conocer la derrota. Los estadounidenses habían estudiado muy bien cómo podían hacerle daño a Karelin y buscaron un prototipo de luchador que no le permitiera a Karelin desplegar su táctica habitual Y Gardner encajaba en ese perfil por su gran tamaño, peso y poderío físico. Tras repeler los sucesivos ataques del ruso, Gardner planteó un combate a la defensiva, perdiendo todo el tiempo posible y esperando pacientemente el fallo que Karelin que, o bien por un exceso de confianza o bien por el nerviosismo de verse contra las cuerdas por primera vez en trece años, no tardó en llegar. Tras esta derrota, Karelin no tardó en anunciar su retirada. De Gardner, además de darse a conocer que entrenaba levantando sus vacas en su Wyoming natal, poco más se supo desde entonces.
Fue reclutado por el hoy presidente ruso, Vladimir Putin, para su partido político Rusia Unida, con el que hoy es diputado en la cámara de la Duma. Es propietario de varias empresas constructoras, de varias canteras y una empresa de telecomunicaciones. En su Siberia natal es toda una institución, hasta el punto de arrasar su partido cada vez que hay elecciones. A lo largo de su vida ha sido condecorado como Maestro Honorario de Deportes de la URSS (1988), Héroe de la Federación Rusa (1997), Doctor en Ciencias Pedagógicas (2002), miembro del Salón de la Fama Mundial de la Federación Internacional de Estilos de Lucha Unificada ( FILA ) y Mejor luchador grecorromano del siglo XX por la Federación Internacional de Estilos de Lucha Unificada.
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