miércoles, 19 de febrero de 2025

Sangre y hielo

A menudo escuchamos decir que el deporte ha nacido y crecido en torno a una serie de valores positivos. Sin embargo, no es menos cierto que, con la aparición del profesionalismo, el deporte ha ido despojándose de muchos de ellos y que cada día es más el fiel reflejo de la sociedad en la que se desarrolla. Este es el caso de nuestra historia de hoy, una historia que conmocionó y mantuvo en vilo a todo un país como Estados Unidos, disparando los niveles de audiencia de los Juegos Olímpicos de Invierno de 1994 en Lillehammer (Noruega) a cotas insospechadas hasta la fecha.

A principios de los años 90, Estados Unidos tenía un grupo de buenas patinadoras artísticas que aspiraban a defender su país en las competiciones internacionales. Era la época de la disgregación de la Unión Soviética y la de la reunificación de las dos Alemanias, grandes rivales de las estadounidenses por aquel entonces para luchar por las medallas. A nadie se le escapaba que las medallas iban a ser mucho más asequibles que de costumbre, por lo que todas querían aprovechar semejante oportunidad para poder colgarse alguna. Una de ellas era Tonya Harding, una joven a la que la vida no le había tratado especialmente bien. Pasó su infancia en un ambiente familiar totalmente desestructurado, en el que su madre, obsesiva con todo hasta límites insospechados, le sometía a un maltrato físico y psíquico de manera continuada. Desde pequeña comenzó a destacar en el patinaje artístico, a pesar de que no cumplía los cánones estéticos que se presuponen a la mayoría de las patinadoras de éxito. Era baja, musculosa y poco agraciada físicamente, pero eso nunca pareció condicionarle porque, tal y como recuerda su entrenadora Diane Rawlinson, "para Tonya el patinaje se convirtió en su único billete para poder huir del fango que le rodeaba". Quizás influenciada por sus circunstancias personales, destacaba más en las figuras libres, cuando tocaba improvisar, que en las figuras obligatorias, donde no se mostraba tan cómoda sujeta a unos patrones de movimiento cerrados.

En el polo opuesto de Tonya Harding se encontraba otra patinadora, la también estadounidense Nancy Kerrigan. Nació en el seno de una familia de ascendencia irlandesa y alemana, en donde sus padres se volcaron totalmente en ella y su afición por el mundo del patinaje. En sus inicios, su padre llegó a acumular hasta tres trabajos simultáneos para costear los cuantiosos gastos derivados del patinaje de Nancy. Sin embargo, la belleza natural, la elegancia en sus actuaciones y la sonrisa permanente que mostraba constantemente Nancy, no tardaron en atraer a numerosos anunciantes (Revlon, Reebok, Campbell Soap...) que se peleaban por contratarla como reclamo publicitario. Incluso el diseño de sus trajes de competición corría a cargo de una famosa marca de vestidos de novia.

De ambas, la primera en destacar fue Tonya Harding, cuando en 1991 llega a la élite del patinaje artístico mundial tras ejecutar un triple axel (un salto con tres giros y medio en el aire, 1260º, considerado el más difícil de todos) durante el Campeonato de Estados Unidos. Volvería a repetirlo unos meses más tarde en los Campeonatos del Mundo de Munich 1991, pasando a ser la primera norteamericana que lo ejecutaba en una cita mundialista. Sin embargo, aquello no le sirvió para ganar el oro. En un deporte en el que la apariencia es tan importante como la capacidad para mantenerse erguida sobre unas cuchillas, las habilidades atléticas de Tonya pesaron menos que su tosca apariencia, su flequillo despeinado y los discretos trajes que le elaboraba artesanalmente su madre. Muy a su pesar, tuvo que conformarse con la plata, mientras que el oro se iba a su compatriota Kristi Yamaguchi, a la que había superado sin problemas unas semanas antes en los campeonatos nacionales. La tercera en ese Campeonato del Mundo fue, la hasta entonces desconocida, Nancy Kerrigan. Grácil, esbelta, estilosa... era la perfecta antítesis de la fuerza y el nervio de Tonya Harding. Tanto que, muy probablemente influenciada por su madre, Tonya empieza a desarrollar una obsesión desmedida hacia Nancy Kerrigan. "Nancy era una princesa y yo era un montón de mierda" reconoció sin tapujos en su momento. El debate, sin dejar a nadie indiferente, estaba servido. Tanto que, los aficionados al patinaje artístico y la población norteamericana en general, comenzaron a dividirse entre los partidarios de Nancy y los de Tanya.

Un año más tarde, en 1992 Nancy Kerrigan da un salto cualitativo en sus ejecuciones y comienza a superar a una Tonya Harding cada vez más obsesionada con su rival. Primero lo hará en los Campeonatos de Estados Unidos y, meses más tarde, lo repetirá durante los Juegos Olímpicos de invierno en Albertville (Canadá) en los que le priva de ganar la medalla de bronce. La fama de Nancy Kerrigan no cesa de crecer dentro y fuera de las pistas de patinaje, hasta el punto de que para 1993 ya es todo un icono mundial. Se convierte en un potente reclamo publicitario, en la imagen que la Asociación de Patinaje Artístico de Estados Unidos proyecta orgullosa a los más jóvenes para que sigan sus pasos y, para la mayoría de entendidos en la materia, también en la mejor patinadora del momento. Y eso es algo que a Tonya Harding le corroe por dentro y no soporta.

El 6 de enero de 1994, poco más de un mes antes de la celebración de los Juegos Olímpicos de invierno en Lillehammer (Noruega), tiene lugar un hecho que conmociona a todo Estados Unidos. Como todos los días hacía, Nancy Kerrigan se dirige hacia el pabellón en donde preparaba la cita olímpica junto a su equipo técnico. Completa su entrenamiento con total normalidad pero, cuando se dispone a abandonar la pista de patinaje, es agredida por un misterioso delincuente encapuchado que rápidamente se da a la fuga. Lo que más llamó la atención es que el móvil de aquella agresión no fue económico, ya que en ningún momento pidió dinero ni tampoco intentó llevarse alguna de las pertenencias de Nancy Kerrigan. Su única intención fue la de agredirle en sus piernas para claramente causarle una lesión en ellas. Los llantos de Nancy, mientras su padre la llevaba en brazos por los pasillos del complejo deportivo, recorrieron las televisiones de medio mundo. "¿Por qué?, ¿Por qué yo?", gritaba angustiada. En su mente sólo había un pensamiento: quedaban tan sólo 5 semanas para la cita olímpica y todo apuntaba a que no iba a poder recuperarse a tiempo para poder competir en condiciones de aspirar a una medalla. Las autoridades norteamericanas abrieron una investigación y no tardaron mucho en detener al agresor de Nancy. Se trataba de Shane Sant, un personaje de mucho cuidado, totalmente sin escrúpulos y, como cabía esperar, con antecedentes policiales por diversas actividades delictivas. ¿Pero qué pintaba Nancy Kerrigan en toda esta historia?. Tirando del hilo, descubrieron que el agresor había sido contratado por Jeff Gillooly, el marido de Tonya Harding, y un amigo suyo. Habían llegado a un acuerdo para agredir a Nancy, buscando dañarle severamente su talón de Aquiles y que, de esta forma, no pudiera ir a la cita olímpica. Tonya y su marido pensaban que, de esta manera, con Nancy fuera de juego, no sólo se asegurarían su participación en las olimpiadas sino que, una vez allí, con Tanya ya convertida en figura mundial, se llenarían los bolsillos con millones de dólares.

Aquel siniestro plan no era más que un plagio del que empleó un fanático seguidor de la tenista alemana Steffi Graff, que no dudó en acuchillar en medio de un torneo a la serbia Mónica Seles para que la alemana recuperase el primer puesto en el ranking mundial. Pero no salió como esperaban. Primero porque el agresor, en lugar de cortarle el talón de Aquiles, sólo le golpeó en su rodilla derecha. Y después porque los agresores demostraron ser unos auténticos aficionados, ya que no sólo dejaron mil pistas sino que encima se dedicaron a alardear de su hazaña entre su círculo de amistades. Y como ya se sabe, la policía no es tonta y no tardó mucho en dar con ellos. Tonya Harding negó estar implicada en todo este escándalo. Y, aunque la policía encontró documentos con pruebas caligráficas que la implicaban en el diseño del plan, ella -a día de hoy- sigue negándolo. Tan sólo admite su culpabilidad en el hecho de no informar a la policía de cosas que había oído hablar a su marido, y por obstaculizar la investigación policial al intentar encubrirlo.

En medio de todo este huracán mediático y judicial, ambas acudieron a los Juegos Olímpicos de Lillehammer apenas un mes después. Allí Nancy, pese a no haber podido entrenar prácticamente nada desde la brutal agresión sufrida, logra hacerse con la medalla de plata. Tonya, lejos de las medallas, se tuvo que conformar con una octava posición, que además se vio acompañada por los constantes abucheos del público asistente. Aquella retransmisión alcanzó unos índices de audiencia de los más altos en la historia de la televisión estadounidense. Tras acabar los Juegos, Nancy decidió colgar los patines y, con ellos también dejó atrás su imagen de chica modesta, risueña y perfecta que proyectó tanto tiempo. Su -hasta entonces desconocido- carácter déspota y arrogante le jugaría más de una mala pasada, como en un acto con la multinacional Disney, en donde con los micrófonos en abierto quedó en evidencia. Se casó con su manager, 16 años mayor que ella, tras varios años de relaciones a escondidas mientras él estaba casado con otra mujer. Actualmente sigue vinculada al deporte actuando en exhibiciones y como comentarista de competiciones en la televisión. Afirma no haberse olvidado de aquel incidente y dice seguir esperando las disculpas de Tonya. Por su parte, Tonya Harding fue expulsada de la Asociación de Patinaje Artístico de Estados Unidos nada más terminar la cita olímpica. Y, como fue considerada persona non grata en el mundo del patinaje, decidió pasarse al boxeo, en donde tuvo un paso efímero, al igual que en la industria del cine. Hace unos años, su vida fue llevada al cine a través de la película "I, Harding". En ella, se muestra como la violencia y los abusos que afirma haber sufrido en su infancia y en su juventud, primero a través de su madre y luego por su marido, le marcaron su carácter. 

Lo más curioso del caso, es que también hubo una tercera protagonista que también salió perjudicada de toda esta historia: Michelle Kwan. Con tan sólo 13 años había obtenido el 2º puesto en los Campeonatos de Estados Unidos, lo que le clasificaba directamente para la olimpiadas de 1994 junto a Tonya Harding. Sin embargo, la federación decidió que su plaza la ocupase Nancy Kerrigan, que no pudo participar al estar reponiéndose de las lesiones causadas por su agresor. Kwan, posteriormente ganaría 5 mundiales y 2 medallas olímpicas, que podrían haber sido más de no haber sido apeada injustamente de aquella olimpiada

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