Hoy en día nadie discute que el deporte se ha convertido en un elemento de influencia de primer orden. Los eventos deportivos cada vez copan más tiempo de atención entre los medios de comunicación, lo cual es un arma de doble filo porque, si bien se les suele atribuir una serie de valores positivos (esfuerzo, superación, compañerismo, fair play...) tristemente esto no es siempre así.
Da gusto ver rivalidades sanas como la de, probablemente, los dos tenistas más grandes de la historia, Rafa Nadal y Roger Federer. Cualquiera de ellos dos, de no haber coincidido en el tiempo con el otro, habría duplicado su palmarés deportivo. Pero más allá de las victorias y las derrotas, están unos valores que ambos respetan y comparten por encima de todo: ni un mal gesto, ni una mala cara, ni una crítica a su rival...
Pero esto contrasta con lo vivido durante estos días en la Champions League, donde asistimos al pique entre el Cholo Simeone y Cristiano Ronaldo. Dos personas muy mediáticas pero que acumulan ya varios episodios en los valores del deporte quedan en entredicho. Y la culpa no es sólo de ellos, también es de quien se lo permite. Ya que el Comité de Control, Ética y Disciplina de la UEFA tan sólo le ha abierto un expediente al entrenador argentino, y ha sancionado al jugador portugués con 20.000 euros. Calderilla para un jugador que, sólo en 2018, ganó 90 millones de euros brutos. Parece que privarle de disputar los cuartos de final, que hubiera sido lo más justo, no era una opción para dicho comité disciplinar, ya que dañaría las audiencias televisivas.
Tal y como decía el sociólogo Jose Ignacio Barbero, el deporte es el fiel reflejo de la sociedad en la que se dearrolla. Y en la nuestra parece que, especialmente en el fútbol profesional, los intereses económicos priman por encima de los valores.
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