El 14 de julio de 1912, durante la disputa de los Juegos Olímpicos de Estocolmo, se disputó la semifinal de la prueba de lucha grecorromana. En ella se enfrentaban el ruso Martin Klein y el finlandés Fin Alfred Aiskanen. El combate iba más allá del deporte puesto que, por aquel entonces, Finlandia, aunque en los juegos participaba de forma autónoma, realmente era parte del vasto imperio ruso. A priori, el luchador finlandés era el gran favorito en todas las quinielas tras haberse proclamando previamente en dos ocasiones campeón del mundo. Pero el ruso no parecía andarle a la zaga y, desde el primer momento, se mostró como un rival de mucho nivel. El combate, muy igualado, se fue prolongando en el tiempo una y otra vez. Llegó un momento en el que los jueces deciden poner de su parte para forzar el final del mismo. Primero, tras cada hora de combate, reducen los descansos a únicamente tres minutos. Como la igualdad persistía, deciden reducir a un minuto el tiempo de descanso tras cada hora de combate.
Cuando se cumplieron las ocho horas de pelea, deciden anular el tiempo de descanso, pero nada cambia. Así que la siguiente decisión de los jueces es proponer un combate de quince minutos y, una vez transcurrido este tiempo, el que tenga más puntos acumulados será el ganador. Pero la igual se mantiene. Tras seguir probando con nuevas ideas, la pelea termina con el ruso Martin Klein como ganador tras once horas y cuarenta minutos de combate.
Al día siguiente, el ruso Martin Klein estaba tan agotado, física y mentalmente, que no se presenta a la final. El sueco Klaus Johansson se alzaría con el oro tras ni si quiera romper a sudar.
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