Se llamaba Vicente Blanco Echevarría, aunque todos le conocían como "El cojo". Nació en Deusto (Euskadi) allá por 1884 en el seno de una humilde familia marinera. Cuando apenas contaba 13 años decidió embarcarse para apoyar económicamente en su casa. Primero trabajó como pinche de cocina y, posteriormente, como palero en la sala de máquinas. Allí, peleándose con el carbón, soportando altas temperaturas y rodeado de agua sucia, consiguió desarrollar un físico privilegiado y, sobre todo, una resistencia al sufrimiento fuera de lo normal. Cuentan que su vitalidad era tal que, cuando arribaban a algún puerto extranjero, siempre que podía, en lugar de descansar como la mayoría sus compañeros embarcados, el bueno de Vicente buscaba la forma de alquilar alguna bicicleta y recorrer las calles de la ciudad. Y es que la bicicleta fue siempre su gran pasión.
Con 20 años decide poner final a su etapa marítima y encuentra trabajo en la siderurgia "La Basconia". Allí, lejos de encontrar la estabilidad del trabajo en tierra firme, lo que casi encuentra es la muerte. Debido a su arrojo, jovialidad y atrevimiento, sufrió varios accidentes que bien pudieron costarle la vida. En uno de ellos, por una apuesta con sus amigos se cayó desde una casa que estaba en construcción. Poco tiempo después una barra de metal al rojo vivo le entró de abajo a arriba por el talón, dejándole todos los músculos del pie izquierdo destrozados. Y menos de un año más tarde, en los diques de Euskalduna, los engranajes de una máquina le atraparon el pie derecho, haciéndole perder los cinco dedos y quedando cojo.
Con los dos pies prácticamente inutilizados Vicente, lejos de amilanarse por la imposibilidad de caminar con normalidad, se volcó con su gran afición: el ciclismo. Lo primero que hizo fue comprar una vieja bicicleta oxidada y sin ruedas, que poco a poco fue arreglando para poder competir con ella. Con 22 años solicita federarse en la Federación Atlética Vizcaína para tomar parte en sus competiciones, pero lo único que consigue es ganarse su compasión. Les enseña sus heridas, les cuenta su historia, incluso sus enfrentamientos nadando, en bici y corriendo frente a profesionales que vivián de estos retos. Consigue que le inviten a competir en un velódromo pero la diferencia de su bicicleta con las del resto es abismal y lo paga. Incluso casi acaba preso porque, viendo que los demás corredores iban con las piernas y los brazos descubiertos, al no tener él el uniforme, no tuvo mejor idea que ponerse a correr en calzoncillos.
Poco después consigue su primer pódium en una prueba celebrada en Vitoria. Con las 125 pesetas del premio regresó a su casa en Bilbao y se casó con su novia. Debido a su nueva situación personal, desapareció una temporada del panorama competitivo. Corrieron rumores de que había fallecido pero acalló todas esas leyendas urbanas cuando en 1908 se proclama Campeón de España. Dicen las crónicas que, por aquel entonces, los ciclistas debían de parar a mitad de la prueba y firmar en un control. Se comenta que Vicente, que iba escapado junto a otros tres corredores, tiró de picaresca. Firmó en primer lugar y rompió intencionadamente la mina del lápiz con el que se firmaba. Sus compañeros de fuga tuvieron que esperar a que el juez lo afilase con una navaja y, cuando fueron a reanudar la marcha Vicente ya les sacaba una importante ventaja. La suficiente como para ganar en solitario en las calles de Gijón.
En 1909 repite su victoria en el Campeonato de España, esta vez celebrado en Valencia. A su vuelta a casa se encuentra con muchas tiendas de Bilbao engalanadas con su efigie. Es un héroe y, como tal, recibe múltiples invitaciones a eventos populares. Se cuenta que en un sólo día tuvo que acudir a cinco alubiadas. En España sigue sumando victorias de prestigio, como la Irún - Pamplona - Irún prueba de gran prestigio internacional. Es entonces cuando le empieza a rondar por la cabeza la idea de acudir al Tour de Francia, prueba de más prestigio por entonces pero que, por su dureza, ningún español había catado aún.
En su octava edición, la prueba gala estaba más próxima a un Paris-Dakar que a la carrera ciclista que conocemos hoy en día. Durante más de 4.000 km , repartidos en 15 etapas, los corredores debían de pedalear por carreteras no asfaltadas, polvorientas, plagadas de baches y piedras, convirtiéndose muchas veces en trampas mortales. Y, por si fuera poco, aquel año, en aras del espectáculo y como gran novedad respecto al resto de carreras ciclistas, se había decidido incluir en el recorrido algunas etapas de alta montaña. El Tourmalet, Aspin, Aubisque, Peyersourde o Soulor, cimas míticas de los Pirineos, serían ascendidas por primera vez aquel año. La dureza del recorrido fue tal que una cuarta parte de los inscritos se retiraron nada más darse a conocer públicamente.
Y, donde muchos vieron un problema, Vicente vio una oportunidad. Daba igual que no tuviese dinero para costearse el viaje hasta la capital francesa o que apenas pudiera juntar un zurrón con algunos mendrugos de pan y alguna moneda para todo el camino. Él iba a participar en aquella prueba sí o sí. Hizo caso omiso a los rumores de la época según los cuales los corredores pasaban hambre y frío, e incluso padecían enfermedades durante el transcurso de la carrera gala. Así que, con la ilusión por bandera, decide partir en bicicleta desde Bilbao a París. Programó un viaje que le permitió llegar justo el día antes de darse la salida, ya que su ajustado presupuesto no daba para más. A la postre, esta fatiga previa y la imposibilidad de recuperar en condiciones, le pasaría factura en su rendimiento posterior. De poco le sirvió que un mecánico español le proporcionase una bicicleta mucho más ligera y profesional que la suya. Vicente no duró ni una jornada porque, como él mismo reconoció, "no pude hacer nada contra aquellas fieras bien alimentadas".
El citado cansancio, las averías, el hecho de tener que buscarse la vida para solventar necesidades tan básicas como comer o alojarse... fueron un muro infranqueable para una persona que debía hacer frente a todas esas adversidades además de a la dureza propia de la carrera. Le quedó la satisfacción personal de haber competido y conocido a los grandes ciclistas de la época, los Cruppelandt, Faber, Lapize o Garrigou, porque ya no los volvería a ver más.
Tras su regreso a España, Vicente siguió compitiendo pero ya no quiso saber más del Tour de Francia. En 1916 colgó la bicicleta y se dedicó a invertir sus ahorros en diversos negocios que no le fueron muy bien. En 1957, falleció a los 73 años, sólo y arruinado.
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